CÓMO SOBREVIVIR AL FIN DEL MUNDO (Parte 1)

Por Mulukuasi

Hace poco el mundo vivió lo que se conoció como la pandemia del COVID-19, una película en tiempo real que, para muchos era y es el principio del fin de la especie humana.

Fueron muchas las estrategias de supervivencia y solidaridad que se pudieron presenciar, pero también muchas las ganancias en medio de la catástrofe, como el negocio de las vacunas: el dato es que, en Europa, el 85% del dinero generado durante la pandemia se fue a la especulación. De ahí que las empresas se enriquecieran aún más (oportunicrisis, dicen los avivatos de la sociedad). También se pudo confirmar la existencia de grupos a nivel mundial que han trabajado conjuntamente para “sobrevivir”: los bancos, los gobiernos y las grandes empresas se salvaron de una posible ruina económica. Así también, en los primeros días de la pandemia, el negocio de la muerte se vio impactado. Con el confinamiento total la muerte se había ido, al mejor estilo de Saramago. 

Pero bueno, aquí sólo queremos mostrar algunas experiencias en las que las personas y grupos humanos han afrontado crisis de esta índole, como la actual crisis eco-social. Se estima que el 70% de los signos vitales de la tierra están en su peor momento y que para el 2100 el 96% de la biodiversidad conocida se extinguirá.  

La cultura estadounidense, con su característica extravagancia, nos mostró que para sobrevivir a un posible colapso habría que, primero, ser millonario y hacer búnkeres, algo muy usado durante la guerra fría, donde los llamados «prepers» (individuos empeliculados que con una navaja fabrican una nave) se instruían en métodos de supervivencia post-apocalíptica.  Actualmente Mark Zuckerberg está pagando 270 millones de dólares por la construcción del suyo en Hawai. 

Pero hay otros, aún más estrafalarios, que quieren construir naves para sobrevivir en el espacio, buscando un nuevo planeta como el Marte de Elon Musk quien, mientras el planeta tierra arde, volará al espacio exterior (esperemos que les caiga un rayo y los veamos sucumbir primero en el cielo). O quienes apoyan la técnica de la secuenciación genética, guardada en laboratorio para reimplantar especies de vida que se hayan extinguido.

Optar por una alimentación casi forrajera y carroñera en su totalidad, por actividades regenerativas, organizaciones sociales igualitarias con economías híbridas mediante el uso de una moneda local y/o criptomonedas, sociedades anárquicas y eco feministas o simplemente eco-aldeas, son algunas de las nuevas tendencias para sobrellevar las grandes crisis de la modernidad, que en realidad son formas antiquísimas de organización social actualizadas al contexto.

Una de estas organizaciones es la Comunidad anarquista Freetown Christiania, en Copenhague, Dinamarca. Un grupo social fundado en 1971, que actualmente está activo y asentado en una antigua zona militar abandonada. La comunidad reclamó el sitio declarándolo ciudad libre. Sus ocupantes no tienen que pagar impuestos y pueden vender marihuana abiertamente. No se fomenta la propiedad privada; para incentivar el uso de la bicicleta se prohíben los automóviles; tampoco se permite el uso de armas como parte de la filosofía de la no-violencia y para prevenir delitos, entre otras cosas más.

En el 2012, el gobierno danés decidió vender la tierra a los aldeanos y se creó una fundación, garantizando la colectividad de la tierra.

Las eco-aldeas son proyectos que vienen funcionando desde los años 60’s, y surgieron a partir de la necesidad de crear comunidades fuera del sistema hegemónico. Actualmente es un movimiento global con proyectos en casi todo el mundo y que ha venido evolucionando. En Colombia, una de ellas es la eco-aldea OM-Shanti en Santa Elena, Antioquia, donde se practica una relación armónica con la naturaleza, se minimiza al máximo la huella ecológica mediante la bioconstrucción, la alimentación totalmente orgánica y vegana, el agua usada es agua lluvia tratada y los inodoros son baños secos.   

También hay un grupo especializado en sobrevivir y contribuir con el medioambiente y la reducción del consumo con prácticas alimentarias fuera de serie. El friganismo, por ejemplo, es un movimiento nacido en EEUU que consiste en recoger alimentos veganos comestibles de los contenedores de desperdicios de las tiendas y puestos de comida. Aunque en la práctica es lo mismo que hacen las personas sin casa que habitan las calles de la ciudad y se alimentan de los desechos de las plazas de mercado, los friganistas tienen casa y no necesariamente son económicamente pobres. El espíritu del no desperdicio es lo que los mueve, encontrando una alternativa a la sociedad del consumo que además promueve el cuidado del medio ambiente. 

También están las personas que deciden vivir en el campo y ser autosuficientes o transformar su finca en un lugar ecológico. Es el caso de Punto Proceso, una granja sostenible que se rige por lo que su inventor llama “teoría de la incertidumbre”, que consiste en tener un poquito de todo por si las “moscas”. Allí hay diferentes tipos de tecnologías para la obtención de energía, huertas colgantes, entre otras cosas.

Por último, pero no menos importante, encontramos personas que se dedican a crear espacios de reflexión, conversación, inteligencia emocional, resiliencia colectiva y conexiones significativas ante la crisis eco-social. Es el caso de Mariana Matija, de la ciudad de Medellín, quien ha dedicado gran parte de su vida a compartir formas de cuidar la tierra y, como dice ella, salvar al planeta con pequeños detalles porque «cualquier cosita es cariño». 

Todas estas iniciativas, formas de vida y organización, tienen en común no estar de acuerdo con la actual forma de organización social imperante, ya que es considerada arbitraria, impositiva, violenta y poco acorde con el ciclo de la vida y la muerte. 

Pero, en estos casos de supervivencia, también encontramos la actitud del “sálvese quien pueda”, muy bien retratada en la película el Hoyo, donde la supervivencia implica pasar por encima de la vida del otro. Allí se mata por un pedazo de pan, lo que al final vemos en muchos lugares del mundo. 

Sobrevivir parece ser el día a día de muchas personas y grupos humanos, cuando la vida, indudablemente, es mucho más que eso. Sin embargo, a través de la historia hemos visto cómo algunas civilizaciones han sucumbido ante grandes crisis, muchas de éstas provocadas, como extinguir a los búfalos para acabar con las comunidades indígenas del norte de América. Otras comunidades indígenas, afro, musulmanes, gitanos, etc., han sobrevivido. No sólo han mantenido sus culturas, sino que además han sabido mantenerse vivxs.

Es cierto que la especie humana gasta demasiada energía en sobrevivir y en su seguridad. Se han creado tantas amenazas que a la final no han sido más que charlatanerías para manipular una mente en constante estado de alerta y miedo, como los extraterrestres, las guerras frías, la construcción de armas nucleares, la naturaleza “salvaje”, las brujas, la guerra contra bacterias y/o enfermedades y hasta dispositivos de control y vigilancia. Porque al final, la consigna es: regalar miedo y vender seguridad

La aceleración de los cambios a veces parece abrumadora, pero saber surfear en los nuevos cambios sociales, culturales, económicos y tecnológicos, permite que la adaptación sea más llevadera, se disfrute y quizás, podamos tener un final digno.

Últimos artículos

Artículos relacionados